Texto de Sandra Cerro
Así fuiste, altanero y elegante caballero, que basculaste entre la historia y el mito, entre verdades y rumores, entre la realidad y la comedia que tú mismo inventaste e interpretaste, entre la nobleza y la chusma más cenicienta, entre la luz y la más profunda oscuridad de tu singular abismo, entre el cielo y la tierra, entre la decencia y esa perversa voluptuosidad que hiciste de tu particular concepto de virtud.Así fuiste, y ¿ahora qué?, ¿en qué te has convertido, triste despojo harapiento y desnudo, sin fuerzas ya para tensar el arco que dió vigor a tus infinitos placeres? Y no, no pretendas engañarme; a mí no puedes.
Bajo los trazos del Marqués
Leo entre las líneas que trazaste con tu viva pluma, que apariencias no te faltan, y que sabes muy bien creerte en tí mismo a los personajes que interpretas.
Te gusta la farsa como te gusta lo bello y lo exquisito y, entre bambalinas de esa farsa tan tuya, buenas artimañas usas con suerte para conseguir tus intereses.Embaucador bajo la máscara de la seducción, a mí no me manipulas pues sé conocerte con artes que desconoces, tú, sabedor de todo, y sé desnudarte hasta el impudor que tú no llegarás a conseguir de mí jamás. Tus palabras escritas trepan por el renglón al igual que tu ambición y tu entusiasta soberbia.
¿Ves esas líneas ascendentes? Son ellas las que definen tu optimismo convencido de que puedes conseguir lo que deseas. Pero te engañas, el mundo que ambicionas poseer por entero, no está hecho para ti. Por eso lo mides todo, lo controlas todo, lo programas todo, lo observas todo desde tu nido de águila, mientras te mantienes altivo, distante, encumbrado en tu propio ego, sin ningún tipo de escrúpulo, seduciendo, engatusando y conquistando por delante mientras, por detrás, afilas espadas y lanzas el látigo al aire por si acaso los vientos, esta vez, no soplan en tu favor.
Espíritu invadido de ambigüedades, sólo yo sé lo que escondes entre líneas de tu amplio y rebuscado repertorio teatral. Todo está empañado por la irremediablefogosidad de tus instintos más bajos, y eso tú muy bien lo sabes.
Mira tus letras al pie, ¿ves cómo descienden con querencia libidinosa, cómo se comban y acarician los renglones vecinos?, ¿ves esas curvas que engordan a base sólo de placeres, del goce de los sentidos, del perfume de la sensualidad más oscura, perversa y secreta? Cortante e incisiva es tu “q”, mientras tu lujuriosa “g” se deleita en el goce del placer hedonista.
Ahora hierves, tu furor se enciende en tus adentros y me miras con tus azules ojos de gato en celo, pero no puedes herirme. ¿Vas a replicarme?
Tú que tienes el don del dardo envenenado, la respuesta inmediata, la verdad más tajante y el insulto siempre al filo de tu lengua ardiente. Ahí está, hiriente el látigo que tu “t” prepara amenazador como una honda infernal, para lanzar a aquellos que te contrarían, que contradicen tu hecho y tu verbo, o que no reverencian tu persona como deseas. Castígame con él si te atreves.
Eres inteligente y astuto, y te admiro por ello, marqués, pero eres frío como un témpano y sin escrúpulos, y el juego de los sentimientos no te sabe tan bien como el juego de los sentidos. Y por ello sólo te compadezco.Lo único que cabe en tu pecho es el ansia de libertad, la independencia, el sentir que puedes hacer de ti y de los demás lo que tus deseos te dicten; te rebelas, te revuelves y gritas ante los grilletes y las cadenas que oprimen tu cuerpo, y no ves ni sientes las que te están oprimiendo el corazón. Y ahora callas.
Estás sólo, marqués.
Estás desnudo, estás vacío, sin alma… pero te gusta, como te gusta verme aquí, ante ti, desnuda y desafiante.
He terminado. Solté ya mi flecha con palabras, deshojando tu personalidad baldía pero fascinante, magnética, inquietantemente erótica…
Es tu turno ahora, marqués.
CONTINUARÁ…
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