Pero hoy en día, y aunque la firma siga en plena vigencia, ejercer el acto de firmar de puño y letra parece pertenecer a otra época. Con los
avances tecnológicos, la
firma manuscrita está siendo lentamente reemplazada por otros métodos de validación de identidad en muchos asuntos cotidianos. Basta con introducir, por ejemplo, nuestro
pin electrónico a la hora de pagar con
tarjeta de crédito en un comercio, o escribir nuestro nombre y apellido en
internet para ayudar a paralizar una ley a través de páginas como
Change.org. La
burocracia administrativa, ahora, se agiliza gracias a los nuevos datos
biométricos (como la huella dactilar electrónica) o la aparición de la firma digital, que reemplaza con
códigos alfanuméricos al garabato que nos identifica. En Canarias, por ejemplo, las notarias ya han comenzado a emplear la
firma digital con la administración.
¿Es el principio del fin?
"Lo más probable es que acabe desapareciendo totalmente de las transacciones comerciales más inmediatas y de los trámites burocráticos; pero en los documentos de rigor relacionados, por ejemplo, con el registro civil se va a mantener”, explica el grafoanalista Francisco Viñals, director del Instituto de Ciencias del Grafismo de la Universitat Autònoma de Barcelona y presidente de la Agrupación de Grafoanalistas Consultivos de España. Por documentos de rigor, el experto se refiere particularmente a testamentos, partidas bautismales, matrimonios (tanto civiles como religiosos) o defunciones. Es decir, aquellas escrituras que además de valor legal poseen un gran peso social. El significado de la firma manuscrita adquiere nuevos matices, puesto que toma un cariz más emocional. "Nunca había habido en el arte una locura tan grande por cuestiones de letras, autógrafos o manuscritos. ¡Se están pagando auténticas barbaridades!", aprecia Viñals.
Firmas de guerra o paz
La firma manuscrita acarrea consigo un simbolismo descrito que en ocasiones ha contribuido, incluso, a modificar el transcurso de la historia de la humanidad. "Se encuentra siempre en el centro de los acontecimientos solemnes: la firma de un armisticio, la validación de una Constitución, de los tratados internacionales... corrobora las protestas masivas en señal de duelo y es la memoria de los grandes desastres", explica la antropóloga francesa Beatrice Fraenkel, autora del libro 'La signature, genèse d’un signe' (Gallimard) (la firma, génesis de un signo, no editado en castellano). Fraenkel es miembro del equipo de Antropología de la Escritura de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. La firma manuscrita fue siempre un símbolo de guerra y de paz. Un ejemplo reciente: la simple firma de Vladimir Putin en un decreto reconociendo a Crimea como Estado independiente ha levantado la polvareda diplomática a nivel internacional.
¡Cuántas firmas de tratados, armisticios o rendiciones entre líderes políticos se han inmortalizado en fotografías convirtiéndose en icono histórico! Como la fotografía tomada al rey don Juan Carlos firmando la Constitución española. O la del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt firmando la declaración de guerra contra Alemania en diciembre de 1941. Uno de los borradores del discurso que se pronunció en dicho acto, firmado por el propio Roosevelt, fue puesto a la venta en 2013 por un coleccionista privado al precio de 775.000 euros.
Cinco siglos de firmas
Las firmas modifican el transcurso de la historia, pero además poseen su propia historia. Jurídica, ornamental, eclesiástica, diplomática, comercial... sea cuál sea, el recorrido histórico de la firma cuenta con pocos años. "La firma es una tradición europea relativamente reciente –explica Fraenkel–; no fue hasta el siglo XVI cuando progresivamente se fue globalizando”. Para Juan Carlos Galande, doctor en Historia Moderna y profesor titular del área de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad Complutense de Madrid, "fue con la llegada de la modernidad cuando las firmas comenzaron a tener la verdadera finalidad que tienen hoy: identificación (reconocimiento del autor del documento), declaración (asunción del contenido del documento por parte del autor) y probación (ratificación de que el autor de la firma es realmente quien la ha realizado)". A partir del siglo XV los sellos, aquellas estampas de cera o arcilla que representaban a una persona física, comenzaron a perder vigencia, y se otorgó mayor validez a las firmas y rúbricas. ·En España, fue el rey Fernando III quien consignó la necesidad de estampar una 'manufirmatio' en el documento al redactar un escrito –explica Galande–, pero no fue hasta mediados del XIV, con el rey Alfonso X, cuando se imputó esta cualidad para que el documento fuera legal". Sellos, firmas y rúbricas convivieron juntos durante un siglo, hasta que el sello perdió el valor del que había gozado desde tiempos mesopotámicos.
La palabra rúbrica proviene del latín 'rubrum' (rojo), pues de ese color eran los lacres que se estampaban en los documentos oficiales. En los antiguos escritos, junto a la firma, se añadían en tinta roja las palabras latinas scripsit, firmavit, recognovit (escrito, firmado, reconocido), palabras que en su proceso de simplificación a partir de la edad media se fueron convirtiendo paulatinamente en ilegibles hasta formar la rúbrica actual, compuesta por trazos indescifrables.
Señas de identidad
El reconocimiento de la identidad forma parte de la cotidianidad. Y firmar nos supone un placer íntimo y público porque a todos nos gusta dibujar nuestro nombre y apellido. Algunos firman toda la vida igual y otros a veces la van variando. Una firma adulta puede volver al garabato, conservando así un rasgo de la infancia. Con todo, "desde la madurez hasta la vejez las firmas no suelen cambiar demasiado, a menos que haya circunstancias vitales muy importantes", explica Viñals.
Lo que sí es cierto, y al mismo tiempo curioso, es que existen diferencias culturales en el modo de firmar. Según asegura Viñals, "en los países de origen o influencia anglosajona se firma siempre sin rúbrica (sólo con el nombre o apellido), mientras que en los países de origen latino la rúbrica es un elemento común a la hora de firmar". De ahí que "como vamos copiando todo del sistema anglosajón – añade el grafoanalista –, las casillas de los impresos sean tan alargadas y bajitas. En España se debería haber pensado en cajas de escritura más altas, en las que pudiese caber bien la rúbrica".
A la hora de firmar existe total libertad para quien ejerce el acto, tan solo están prohibidos los dibujos o expresiones malsonantes. "En algunos casos los dibujos son aceptados; sobre todo cuando corresponden a la firma de un artista, que suele incorporar algún elemento de su estilo a la rúbrica. Lo que no se acepta es que sea algo grotesco, soez o que parezca una burla a la sociedad", explica Viñals. El expiloto austriaco de fórmula 1 Niki Lauda, por ejemplo, firma dibujando una especie de coche de carreras a contracorriente. O la Faraona, la cantante folklórica Lola Flores, se solía representar a ella misma en su firma cantando y bailando en el escenario. Curioso es el caso de Salvador Dalí, que empleó más de678 formas distintas para firmar sus cuadros, y que, como anécdota, solía cenar en el restaurante Maxim's de París pagando con cheques que nunca eran depositados: así los dueños del local conservaban en especie la firma del artista, que tenía seguramente mayor valor que el importe del cheque.
Adopción permanente de la firma electrónica
El cambio de la firma autógrafa a la firma electrónica no está siendo nada sencillo. La sociedad continúa desconfiando a la hora de expresar su identidad con un código alfanumérico y, aunque esta simplifique y agilice los trámites, aún se debe romper con los paradigmas relacionados con la forma de validar los documentos. Pero "debemos amoldarnos a los tiempos en los que vivimos. Ahora estamos en el momento de las nuevas tecnologías y eso no se puede olvidar", indica el historiador Juan Carlos Galende.
Si bien el concepto de 'firma electrónica avanzada' resulta hasta cierto punto abstracto y de difícil comprensión, los beneficios que ofrece son altamente tangibles: agilización de los procesos y reducción de los tiempos de respuesta en los trámites, eliminación en el riesgo de manejo de información confidencial al trasladarla de un lado a otro, reducción de los costes derivados del almacenamiento de los documentos físicos... Pero también tiene sus desventajas. "La sociedad está aparentemente más desprotegida con ella porque es más fácil hacer uso de una identidad personal ajena a través, por ejemplo, de las copias de los e-mails; y algo que se suplía con la firma clásica ahora da posibilidades infinitas para las falsificaciones", explica Francisco Viñals, que también es criminalista. Las grandes compañías son las que más presión ejercen queriendo agilizar las leyes de implantación de la firma digital, pero al parecer no se está siguiendo un modelo positivo a la hora de implantar el método. "Vivimos en un exceso de liberalismo económico que tiende a agilizar los intereses de la empresa, en detrimento de los derechos de la sociedad y de los derechos personales de la ciudadanía", añade el experto. Mientras el proceso se asienta, y ante el vértigo tecnológico de la firma impresa, la firma manuscrita se impone como uno de los últimos refugios del hombre ante su singularidad amenazada.